Pata citar este artículo: Juan Carlos Castillo, "El triángulo relacional Afganistán, Pakistán y los talibán", Blog del Grupo de Estudios Sobre Eurasia, 7 de septiembre de 2021, https://euroasiaticos.blogspot.com/2021/09/el-triangulo-relacional-afganistan.html
El desarrollo del movimiento talibán no se explica sin tomar en cuenta el cobijo que ha recibido por parte del gobierno pakistaní. Los talibán son un movimiento integrista que surgió en 1994 en Kandahar, en el sur de Afganistán, en torno a la figura del mulá Mohamed Omar y al amparo de Pakistán. Muchos de sus integrantes salieron de las madrazas pakistaníes, las cuales fueron capaces de movilizar a miles de estudiantes alrededor de una interpretación retorcida de la yihad, y a la que luego se sumaron amplios sectores marginados de las zonas rurales afganas. Sin el refugio y apoyo histórico brindado por Pakistán, la reciente marcha de los talibán sobre Kabul quizá no hubiera sido posible.
Pakistán y Afganistán
Antes de la invasión soviética (1979-1989), los islamistas muyahidin apenas tenían apoyo entre la sociedad afgana. Con dinero y armas aportados por la CIA, pero más importante, con el apoyo de Pakistán se afianzaron y lograron tener una enorme fuerza política. Ahmed Rashid (2002) señala que en 1994 todo liderazgo en Kandahar había sido prácticamente eliminado, dejando el campo libre para una “nueva oleada de islamistas más extremados, los talibán” (p.32). La relación de Pakistán con este grupo se afianzó partir de los imperativos estratégicos de Islamabad frente a Afganistán.
La estrategia pakistaní hacia los talibán surge de temores de larga data, algunos de los cuales han existido desde que Pakistán se convirtió en Estado en 1947. Los pilares de la política pakistaní hacia Afganistán, y en particular hacia los talibán, se fundan en el temor que suscita un gobierno afgano en estrecha alianza con la India, y en un eventual apoyo de Kabul a una insurrección dentro de Pakistán (Lieven, 2021). La reciente victoria talibán disipa considerablemente ambas preocupaciones. Por un lado, India es hostil a los talibán y es muy poco probable que pueda encontrar en ellos un aliado;[1] por el otro, Islamabad considera menos probable que una rebelión islamista dentro de Pakistán reciba cobijo desde Kabul con una dirección talibán al frente. Además, las autoridades pakistaníes consideran quen cuentan con medidas de represalia más disuasivas frente a un régimen afgano que no cuenta con el respaldo de Washington.
Pakistán y Afganistán comparten una frontera de más de 2 mil kilómetros y, a pesar de la vecindad, las relaciones entre ambos países nunca han sido cordiales. El origen de la hostilidad es un legado más del imperialismo británico en Asia meridional. En la década de 1890, los británicos trazaron una línea fronteriza entre Afganistán y su Imperio indio que llegó a conocerse como la "Línea Durand", en honor a Sir Mortimer Durand, coronel británico que la inspeccionó (Kaura, 2017). Trazada para satisfacer las necesidades estratégicas británicas, la frontera partió a la mitad los territorios de la etnia pashtún, conocidos como el pashtunistán.
Pese a su carácter pluriétnico, los grupos pashthún han ejercido una enorme influencia política en lo que hoy conocemos como Afganistán, al menos desde mediados del siglo XVIII, y como tal nunca reconocieron esta división arbitraria. Cuando el Raj británico terminó en 1947, el gobierno afgano rehusó aceptar la independencia de Pakistán, a menos que este último desconociera la línea Durand y devolviera los territorios pashtunes a la soberanía afgana; los cuales incluyen las provincias del Beluchistán y la Provincia Fronteriza del Noroeste, en el llamado cinturón pashtún pakistaní.
Sucesivos gobiernos afganos se negaron a reconocer la legalidad de la frontera afgano-pakistaní a lo largo del siglo XX. Durante la Guerra Fría, Pakistán se convirtió en aliado de Estados Unidos, mientras Afganistán buscó el apoyo diplomático y militar de la Unión Soviética. La rivalidad bipolar eclipsó la disputa afgano-pakistaní, impidiendo la resolución del diferendo fronterizo. Las confrontaciones armadas con India por el territorio de Cachemira (1948-1949 y 1965), junto con la secesión de Bengala oriental (1971), hicieron de las reclamaciones territoriales la piedra angular de la política de seguridad nacional pakistaní hacia Afganistán. Las tensiones terminaron por alinear a las autoridades afganas con India en contra de Pakistán y, de vez en vez, Kabul buscó incitar un separatismo nacionalista de base étnica en el pashtunistán pakistaní. En represalia, Pakistán intentó durante décadas influir en Afganistán, o desestabilizarlo, mediante una estrategia combinada de presión económica y patrocinio de rebeliones internas.
Dicha estrategia fue una de las motivaciones clave que detonó el apoyo paquistaní a los muyahidines que luchaban en 1980 en contra del Estado comunista afgano. La invasión soviética de Afganistán en 1979 marcó un punto de inflexión trascendental en las relaciones entre Estados Unidos, Pakistán y Afganistán. La intervención no solo consolidó la relación entre Washington e Islamabad, sino que amplió la injerencia pakistaní en los asuntos internos afganos. Con fondos generosos de la Agencia Central de Inteligencia (C.I.A.), los servicios de inteligencia pakistaníes, la Inter-Service Intelligence (I.S.I.), armaron a un gran número de grupos muyahidines reclutados en su mayoría de las áreas pashtún. Pakistán desarrolló así su propia política intervencionista para Afganistán, denominada de “profundidad estratégica” y financiada por Estados Unidos y Arabia Saudita.
La caída del régimen comunista afgano de Najibullah en 1992, y el caos subsiguiente, allanaron el escenario para el ascenso de los talibán en 1996. El interregno que siguió a la salida soviética también creó una oportunidad para que el I.S.I. emergiera como el intermediario directo frente a los talibán, convirtiéndose en su principal sosten financiero, militar y diplomático. Sin embargo, Pakistán nunca pudo transformar estos logros en un reconocimiento de la frontera por parte del poder talibán asentado en Kabul a mediados de 1990. Lo que sí consiguió Islamabad con la reciente victoria talibán es el desvanecimiento, de súbito, de una creciente alineación afgana con la India. El expresidente Ashraf Ghani había cultivado una relación cercana con Nueva Delhi y las inversiones indias en el país ascendían a los 3 billones de dólares. El propio ministro de asuntos exteriores indio declaró en 2020 que, “ninguna parte de Afganistán quedó al margen de los más de 400 proyectos emprendidos en las 34 provincias del país” (Kuchay, 2021). La toma de Kabul es un duro golpe a los intereses estratégicos de India, quien se coloca en una posición de desventaja en el escenario afgano. Delhi considera a los talibán un apoderado del gobierno pakistaní y siempre se ha opuesto al integrismo islámico debido al potencial de una revuelta islamista en Cachemira.[2]
Otros imperativos estratégicos también explican el apoyo pakistaní al talibán: la cuestión de los refugiados afganos y una eventual desestabilización en el pashtunistán pakistaní. Durante la guerra afgana de 1980, unos tres millones de refugiados, en su mayoría pashtunes, huyeron a Pakistán, especialmente hacia el montañoso Waziristán. El entonces presidente de Pakistán, el general Zia ul Haq (1978-1988), acogió a miles de desplazados afganos y los campos de refugiados se convirtieron en semilleros de radicalización islamista y de reclutamiento, primero para los muyahidines y luego para los talibán. Los refugiados se mezclaron en gran medida con la población y, después de 1979, la yihad afgana recibió el apoyo apasionado de muchos paquistaníes de las regiones pashtún, que se extendían a ambos lados de la frontera.
La intervención norteamericana en Afganistán en 2001 provocó la caída del gobierno talibán (1996-2001) y la huida de miles de combatientes, incluido al Qaeda, hacia Pakistán para ponerse al amparo de la hospitalidad pashtún. En 2003, la intensa presión estadounidense llevó al entonces gobierno del general Pervez Musharraf a emprender una política de represión selectiva contra los combatientes islamistas escondidos en las Áreas Tribales Federalmente Administradas (FATA) de Pakistán, una región autónoma donde el ejército pakistaní no había entrado desde la independencia del país. El resultado condujo a un conflicto armado no declarado que estalló en 2004 y derivó en lo que Enrique Baltar (2009) denominó como la “talibanización de Pakistán” (p. 49). La confrontación del gobierno con el islamismo radical alcanzó un conato de guerra civil a partir de 2007, que cobró la vida de la ex primera ministra Benazir Bhutto y amenazó la propia estabilidad del país.
En consecuencia, el apoyo paquistaní al nuevo gobierno afgano estará condicionado por las garantías que pueda ofrecer la nueva dirección talibán de no apoyar una rebelión islamista pashtún dentro de Pakistán. De hecho, ya han hecho públicas su renuncia al terrorismo internacional y al yihadismo, dando garantías específicas a otras potencias como Moscú y Beijing de que no apoyarán a los rebeldes chechenos y otros islamistas contra Rusia; o a los rebeldes uigures contra China, ni al Movimiento Islámico de Uzbekistán (IMU) y a otras fuerzas yihadistas centro asiáticas. También han prometido a Irán que no proporcionarán bases de apoyo para opositores financiados por Arabia Saudita.
Pakistán espera, por lo tanto, que una coalición regional conformada quizá por China, Rusia e Irán ejerza la presión suficiente para alejar al talibán del islamismo internacional. Pakistán confía también en la capacidad disuasiva del poder económico de China. A cambio de garantías de estabilidad y seguridad, China ha acordado realizar inversiones de miles de millones de dólares en Afganistán, incluido el desarrollo de una mina de cobre gigante y la explotación de reservas de petróleo y gas en el norte del país (Lieven, 2021; Cohen, 2021). Éstas incluyen, además, nuevas conexiones de transporte que pueden unir Afganistán con la red de transporte pakistaní y el Corredor Económico China-Pakistán (CPEC), el cual pretende extenderse a lo largo de Pakistán desde la provincia China de Xinjiang, hasta alcanzar las ciudades portuarias paquistaníes de Karachi y Gwadar en el Mar Arábigo. En ese sentido, los incentivos están dados para que un eventual gobierno talibán busque cumplir dicha expectativa y evite convertirse, de nuevo, en un santuario de grupos extremistas que lo aliene del respaldo de importantes actores regionales.
Ahora, cuando el fin de la
ocupación estadounidense comenzó a fraguarse en Doha en febrero
de 2020, la firma del acuerdo también comprometía a los taliban a formar
un gobierno inclusivo y respetuoso de los derechos humanos. Sin embargo, la
abrumadora victoria militar vislumbra difícil respetar lo acordado en Doha en
ese sentido. Pese a los cambios en la dirección del movimiento, y el
surgimiento de un ala más pragmática, el proyecto de sociedad continúa siendo
la reunificación de los afganos bajo un gobierno islámico, de acuerdo con la
interpretación rigorista del grupo. En consecuencia, las expectativas de ver a
un talibán moderado, incluyente y más abierto con respecto a la posición de la
mujer, o los derechos de las minorías, se reducen y son pocos los mecanismos de
presión que la comunidad internacional tiene al respecto.
*Universidad de Quintana Roo. Miembro del Grupo de Estudios Sobre Eurasia
Referencias
Baltar, Enrique, Pakistán, Islam, Pretorianismo y Democracia, Cuadernos de Estudios Regionales, Facultad de Ciencias Políticas y sociales, Universidad Nacional Autónoma de México, 2009, pp. 47-75.
Baltar, Enrique, India, Reformismo, Nacionalismo y Partición, Universidad de Quintana Roo, México, 2000, p. 198.
Cohen, Ariel, “As U.S. Retreats, China Looks To Back Taliban With Afghan Mining Investments”, Forbes, Agosto, 2021, disponible en: https://www.forbes.com/sites/arielcohen/2021/08/17/afghanistan-natural-resources-for-grabs-after-the-us-retreats-china-rises/?sh=63ca1d5a46c2 [consultado el 28 de Agosto de 2021].
CPEC, “CPEC one corridor many doors”, CPEC Quarterly, Vol. 3, otoño 2019, disponible en: http://cpec.gov.pk/brain/public//uploads/documents/Final_Mag-3-29-08-19_compressed.pdf [consultado el 20 de agosto de 2021].
Haidar, Suhasini (13 de Agosto, 2021), “Taliban gains complicate India’s options”, The Hindu, disponible en: https://www.thehindu.com/news/national/taliban-gains-complicate-indias-options/article35898057.ece [consultado el 28 de agosto de 2021].
Kuchay, Bilal, “Taliban takeover a ‘body blow’ to Indian interests in Afghanistan”, al Jazeera, 29 de Agosto de 2021, disponible en: https://www.aljazeera.com/news/2021/8/29/what-does-the-talibans-takeover-of-afghanistan-mean-for-india [consultado el 20 de agosto de 2021].
Kaura, Vinay, "The Durand Line: A British Legacy Plaging Afgan-Pakistani Relations”, MEI@75, junio de 2017, disponible en: https://www.mei.edu/publications/durand-line-british-legacy-plaguing-afghan-pakistani-relations.
Lieven, Anatol, “What Pakistan Stands to Gain From the Taliban Takeover of Afghanistan”, TIME, 18 de agosto de 2021, disponible en: https://time.com/6091251/afghanistan-taliban-takeover-pakistan/ [consultado el 15 de agosto de 2021].
Rashid, Ahmed, Los Talibán. El islam, el petróleo y el nuevo gran juego en Asia Central, Editorial Península, España, 2000, pp. 18-112.
[1] Las relaciones entre India y Pakistán se han caracterizado por un constante estado de tensión que los ha llevado a enfrentarse en varias guerras por el control de territorios en disputa. El origen de las hostilidades se remonta a la partición territorial del subcontinente indio en 1947, la cual tuvo efectos duraderos para la historia contemporánea de ambos países (ver Baltar, 2000).
[2]El gobierno indio teme que grupos como Lashkar-e-Taiba y Jaish-e-Mohammad, que mantienen bases y campos de entrenamiento a lo largo de las provincias
del sur afganas limítrofes con Pakistán, puedan usarse como espacios llevar a cabo ataques contra India (ver Haidar, 2021).