Irán, el andaruní persistente: espacios de segregación por género

marzo 17, 2021

 Por: Irais Fuentes Arzate*

Para citar este artículo: Irais Fuentes Arzate, "Irán, el andaruní persistente: espacios de segregación por género", Blog del Grupo de Estudios Sobre Eurasia, 7 de marzo de 2021, https://euroasiaticos.blogspot.com/2021/03/iran-el-andaruni-persistente-espacios.html.

 

Terrenos amplios, geométricamente armoniosos y decoraciones formidables que iluminaban la sala de estar, caracterizaron los hogares tradicionales en Irán durante el largo siglo XIX y principios del XX. El hogar era un ‘espacio feminizado’ al que los forasteros no tenían acceso completo. Dividida en espacios semipúblicos y privados, los hombres deambulaban, trabajaban y recibían invitados en patios amplios, abiertos y comparativamente austeros, mejor conocidos como biruní, mientras que las mujeres de la familia ocupaban espacios cerrados exclusivamente para mujeres, dónde tenían la libertad de andar sin la pesada carga del comportamiento ‘moralmente prudente’. Este espacio es mejor conocido como andaruní (dentro o interior). Mencionada caracterización describe mejor a las familias acomodadas, pues las clases populares no contaban con los medios materiales para modificar su hogar al pie de la letra, aunque pretendían dividir los espacios de trabajo de las mujeres en la casa con puertas y cortinas que evitaban la mirada curiosa de los huéspedes varones.

La relación andaruní-biruní era el reflejo de las relaciones sociales de producción de aquella época, de lo cual cabe destacar la división y las jerarquías de género; relaciones de poder materializadas en la estructura de los espacios del hogar, de la ciudad, de la región y del mundo. Muchas veces, el andaruní fue fundamental para la organización y la acción política de las mujeres, como lo fue durante las protestas por el tabaco (1890) y en la revolución constitucionalista (1905-1911).

A lo largo del siglo XX, bajo el proyecto modernizador occidental impulsado por la monarquía Pahlaví (1925-1979), la imagen de la vivienda dividida fue cambiando paulatinamente al igual que las relaciones sociales que le dieron origen en primer momento, de modo que dicha representación ya no corresponde con la realidad contemporánea. En Irán, históricamente las mujeres han conseguido cada vez más espacios en casi todos los ámbitos de lo social mediante su doble trabajo, remunerado y no remunerado.

No obstante, el andaruní salió de la casa para extenderse al ‘espacio público’, haciendo de la segregación por género, una realidad para más de 41 millones de mujeres que habitan Irán. Distinguidos con los letreros de baradar (hermano) y jahar (hermana), mezquitas, transporte público, escuelas, santuarios, bibliotecas, comedores, parques, gimnasios, centros recreativos, playas, estadios deportivos, baños públicos, puntos de control en aeropuertos, edificios gubernamentales, universidades, entre muchos otros, son espacios separados y excluyentes que revelan las relaciones de poder contemporáneas, y a su vez perpetúan la dominación a partir de la administración de la segregación por género.  Por lo menos, existen cuatros tipologías espaciales de exclusión/segregación por género en Irán: 1) reservar el mismo espacio para hombres o mujeres en diferentes momentos, como los baños públicos y gimnasios, 2) la división de un espacio en áreas separadas para hombres y mujeres, hasta ahora la dominante, 3) espacios exclusivos para hombres como estadios deportivos, y 4) espacios sólo para mujeres, limitado a uno o dos espacios en toda la ciudad, como algunos parques[1].

Habitualmente, se asume que la segregación espacial es consecuencia de la revolución que dio origen a la República Islámica en 1979; sin embargo, lo cierto es que el régimen monárquico anterior no consiguió alterar el orden ni la cultura patriarcal, pues las mujeres continuaron siendo consideradas ciudadanos de segundo orden. Los dirigentes político-clericales de la República adoptaron nuevos métodos de segregación por género, amparados por el discurso de salvaguardar la castidad y la virtud de las mujeres como un bien invaluable no sólo para los hombres (los esposos), sino fundamentalmente para resguardar la representación de la ‘nación feminizada’ en el sentido planteado por Partha Chatterjee[2].

El Ayatolá Ruhollah Jomeini (líder de la revolución) hizo del chador (túnica que cubre el cuerpo de las mujeres con excepción del rostro) la bandera de la revolución islámica, y durante la década de 1980 impuso el uso obligatorio del hiyab, medida que encontró un sin fin de resistencias por parte de millones de mujeres. Pese a ello, al final de la década ‘la nación y sus mujeres’ resultaron veladas.

Las mujeres presionaron para ampliar sus espacios en las décadas siguientes. Aun cuando el régimen se esforzó por mantener a las mujeres fuera de la mirada pública, la guerra Irán-Iraq (1980-1988) y la posterior era de reconstrucción del país (1989-1997) requirió de la presencia y del trabajo femenino. Frente a tal contradicción, el Estado iraní resolvió integrar a las mujeres en la esfera pública, pero manteniendo su ‘castidad’ a salvo a través de la extensión de los espacios segregados; de esta manera se beneficiaría de su trabajo remunerado y no remunerado, y al mismo tiempo mantendría el control del cuerpo y la vida de las mujeres. “El movimiento de la prohibición a la provisión va acompañado de un cambio discursivo de proteger la castidad de las mujeres en nombre de la moral islámica, a proteger los derechos de las mujeres en nombre de la ciudadanía liberal”[3].

Andaruní en la vida pública del siglo XXI

Decidida a regalarnos una calurosa bienvenida a su país, “Negar”, una extraordinaria cantante independiente de 22 años, entonaba una agradable melodía, pero al cierre, con una mirada afligida y una voz desesperanzada, precisó a sus espectadoras contundentes palabras: “el hiyab no sólo oculta nuestra cabeza, también oculta nuestras voces”[4]. Con el ideal femenino percibido como silencioso, no ha sido fácil para las mujeres iraníes apropiarse de una voz pública sin ser condenadas por hacerlo[5]. Las autoridades clericales de la República Islámica consideran indispensable mantener la voz de las mujeres estrictamente regulada, como un elemento fundamental de la castidad de una mujer y de la nación. Cada vez más mujeres tienen acceso a la educación musical y a ejercer como cantantes profesionales, aunque exclusivamente para el público femenino; no obstante, la prohibición de grabar la voz femenina en Irán impide que miles de mujeres ejerzan su profesión.

Una vez más, la lucha histórica de las mujeres ha conseguido hacerse de los espacios artísticos, mientras que el Estado gubernamental ha visto en ello la oportunidad para hacer de la protección de la modestia femenina un imperativo estatal: “los festivales de música para mujeres casi siempre se programan junto con los feriados nacionales”[6], lo cual reafirma la representación de la castidad de la mujer como extensión física e ideológica de la nación. Desde 2015, la musicóloga iraní Yalda Yazdani en conjunto con el cineasta alemán Andreas Rochholl han viajado por Irán para filmar las voces y los testimonios de algunas cantantes iraníes en su idioma materno (persa, árabe, kurdo o baluchi), plasmado en el documental The female voice of Iran (la voz femenina de Irán), un largometraje que refleja la problemática de la voz femenina en Irán contemporáneo[7].

El campo de la literatura también se encuentra regulado por normas de castidad y honor. La feminidad idealizada se extendió más allá de las mujeres como artistas a las mujeres como objetos de arte literario. Hasta hace poco, se esperaba que las autoras y los personajes femeninos en la literatura respetaran los códigos de segregación por género, lo cual condiciona las narrativas y los métodos de creación literaria[8]. El Ministerio de Cultura y Orientación Islámica gestiona el respeto por los espacios de segregación en toda forma de producción artística, pues el ámbito inmaterial es fundamental en la producción del espacio. En las últimas décadas, las mujeres literatas han reapropiado los espacios narrativos para articular sus protestas contra la opresión femenina recurriendo al lenguaje figurado, dando origen a un movimiento literario discursivo de mujeres para mujeres, episodio que muestra un contraste con las obras literarias producidas por mujeres en la era Pahlaví (1925-1979) enfocadas a cuestiones sociopolíticas sin pasar por el tamiz de género[9].

  Imagen 1. Mujeres en el Estado Azadí de Teherán.
Por último, la segregación por género no debe interpretarse como la exclusión de las mujeres en la reproducción y transformación social; el doble trabajo de las mujeres en Irán es fundamental para el desarrollo del país, el funcionamiento de la economía, del espacio y las relaciones sociales que lo articulan y le dan forma. Ser mujer en Irán, no significa ser musulmana y persa, es una praxis política de transformación que modifica la sociedad, la política, la economía, en suma, la producción social del espacio. Aun si las formas de control/regulación del Estado son ilimitadas, la lucha de nuestras compañeras iraníes es transformadora. 

Adicionalmente, desde el establecimiento de la República Islámica, se ha prohibido a las mujeres ingresar a los estadios deportivos, bajo la representación patriarcal de las mujeres como espectadoras maltratadas dentro de los estadios. En la década de 1990, Irán volvió a participar en eventos y organizaciones deportivas internacionales, con lo cual las mujeres han conseguido tener mayor acceso a los clubes y estadios deportivos como espectadoras, aunque segregadas de la sección de varones. En 2019, tras la auto inmolación de Sahar Khabazi, una chica condenada por asistir a un partido de fútbol, las autoridades iraníes permitieron el acceso a las mujeres en los estadios, completamente separadas de los hombres y con una cantidad significativamente inferior: 5 mil asientos para mujeres frente a 95 mil para hombres.

La segregación por género constituye un medio de circunscribir los límites de lo político; las mujeres se han visto constantemente atrapadas en un juego político que se ha librado en su nombre y en sus cuerpos[10], pues las facciones políticas han utilizado la defensa de los espacios y los derechos de las mujeres, como el acceso a los estadios de fútbol, como una herramienta política para establecer alianzas en periodos electorales. En un trabajo excepcional, el cineasta iraní Jafar Panahi documentó la problemática de la exclusión de las mujeres en los estadios de fútbol. Offside[11] captó el contexto y la actividad política que generó el partido de clasificación entre Irán y Bahréin en junio de 2005, cuya victoria significaría la participación de Irán en el Mundial de 2006 en Alemania. Aquel acontecimiento se desarrolló en un contexto preelectoral presidencial, originó la campaña feminista conocida como White Scarf Girls (mujeres de velo blanco) y una pugna electoral entre reformistas y conservadores amparados en la bandera de ‘la causa de las mujeres’.

La segregación espacial por género es un fenómeno sumamente violento, pues frente al comportamiento agresivo de la población masculina contra las mujeres, el Estado responde con la modificación del cuerpo, la conducta y la vida de las mujeres, buscando evitar que se conviertan en víctimas, un acto de represión que forma parte de la lógica gubernamental a nivel mundial. Estas mujeres son conscientes de la violencia que atraviesa los espacios segregados, pero al mismo tiempo, muchas veces se sienten más seguras en los espacios exclusivos para mujeres, donde tienen mayor libertad de actuar sin enfrentarse a agresiones sexuales por parte de los hombres.

Irán no debe mirarse como un espacio que contiene relaciones sociales profundamente desiguales, sino como un espacio que es resultado de relaciones de poder asimétricas tanto locales como globales. Por ejemplo, la estructura patriarcal es un orden de dominación global indispensable para el desarrollo de la acumulación capitalista; el Estado iraní administra dicho orden a través de espacios de segregación por género, entre muchas otras formas, que le permiten asegurar la acumulación y la administración/regulación del cuerpo y la vida de su población. Adicionalmente, la historia ha demostrado que en periodos de alta tensión en las relaciones Irán-Estados Unidos, las facciones más conservadoras de la República fortalecen sus posiciones privilegiadas dentro de la estructura política, lo cual se traduce en el mayor control de la vida de las mujeres, al tiempo que justifica el reforzamiento de los mecanismos de seguridad a partir de la supuesta ‘amenaza’ occidental.

Aun cuando la regulación estatal es extensiva, no llega a ser totalitaria: el andaruní persiste únicamente en los espacios exteriores. Cotidianamente, mujeres y hombres, especialmente los jóvenes, realizan fiestas y reuniones mixtas donde las mujeres conviven sin el uso estricto del hiyab ni la vestimenta obligada en público, tienen acceso al cine internacional gracias al lucrativo y extensivo negocio de la piratería, al igual que a todo tipo de música que obtienen mediante el uso generalizado de VPN (Virtual Private Network). Estas prácticas espaciales son lo que James Scott denomina micro-resistencias[12].


* Maestra en Relaciones Internacionales por la UAM y licenciada en geografía por la UNAM. Miembro permanente del "Seminario sobre Estudios Críticos en Geopolítica: espacio, dominación y violencia" de la FFyL, UNAM e integrante del Grupo de Estudios sobre Eurasia (GESE)


Referencias

[1] Nazanin Shahrokni, Women in Place. The Politics of Gender Segregation in Iran (Oakland: University Of California Press, 2020), 12-13.

[2] Partha Chatterjee, “La nación y sus mujeres”, en Saurabh Dube (coord..), Pasados Poscoloniales (México: El Colegio de México, 1999). Disponible en http://biblioteca.clacso.edu.ar/Mexico/ceaa-colmex/20100410103607/Pasados.pdf. (consultado el 9-03-2021)

[3] Nazanin Shahrokni, 2020, op. cit., p. 5.

[4] Testimonio de una mujer iraní de 22 años cuyo nombre real no será revelado para mantener su integridad a salvo.  

[5] Farzaneh Milani, Words, not swords. Iranian women writers and the freedom of movement (Nueva York: Syracuse University Press, 2011), 31.

[6] Wendy S. De Bano, “Enveloping Music in Gender, Nation, and Islam: Women's Music Festivals in Post Revolutionary Iran”, Iranian Studies 38, núm. 3 (Sep., 2005): 446. https://www.jstor.org/stable/4311743 (consultado el 1 de marzo de 2021)

[7] Andreas Rochholl, “The female voice of Iran”, Irán 2020. 76 min. https://www.youtube.com/watch?v=sQD3Mav3vas&list=LL&index=14&ab_channel=CrossGenerationMedia

[8] Farzaneh Milani, 2011, op. cit., p. 31.

[9] Kamran Talattof, “Iranian Women's Literature: From Pre-Revolutionary Social Discourse to Post-Revolutionary Feminism”, International Journal of Middle East Studies 29, núm. 4 (1997): 531. doi:10.1017/S0020743800065193.

[10] Nazanin Shahrokni, 2020, op. cit., p. 84.

[11] Jafar Panahi, Offside, Irán (2006), 93 minutos. https://www.youtube.com/watch?v=D4y1aefww2Y&t=68s&ab_channel=SayantanDutta

[12] James Scott, Los dominados y el arte de la resistencia (México: Ediciones Era: 2004).

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